lunes, 4 de noviembre de 2013

El borde de la páginas

Ella estaba sentada en el lado derecho de la mesa. Se sentaba ahí porque era donde daba el sol por la tarde. Le gustaba el sol. Tomaba un té verde sin azúcar pero con mucho hielo. Hacía calor. Él fumaba mientras leía un libro.

Una gota fría resbaló por el vaso del té hasta sus dedos. Fue una sensación muy débil pero le hizo darse cuenta de que llevaba un buen rato mirando al horizonte. Levantó la mano de la mesa y se frotó los dedos extendiendo la gota de agua por sus yemas. El sol la cegó e hizo que apartase la cara de su trayectoria y entonces reparó en él.

Él seguía leyendo, pero había terminado el último cigarrillo y ahora con su mano jugueteaba con el borde de la página. Ella se fijó en ese gesto y sonrió, lo hacía muy a menudo cuando leía. Recorrió con la mirada su brazo hasta los hombros y luego hasta la cara. Se detuvo. Mientras lo miraba recordó cuanto le amaba. Le había amado desde el primer día que le vió. Empezó a pensar en la primera vez que hicieron el amor. Dulce e intenso a la vez. Se le erizaba el bello al pensar en sus manos entre sus muslos. Recordó sus largas conversaciones desnudos sobre la cama y entonces se dió cuenta. Sintió como el cristal se quebraba dentro de su pecho. Sintió una punzada terrible y profunda; y aunque lo intentó, no pudo retener las lágrimas que salían de sus ojos. Lloró en silencio, como las damas.

Bebió un trago del té y mientras se secaba los labios con la servilleta, aprovechó para secarse las lágrimas que empezaban a asomar al borde de sus gafas de sol. Cuando terminó, dobló la servilleta y la colocó debajo del plato, como solía hacer. Se levantó y, mientras se dirigía a la casa, le dijo:

- Te quiero. Hemos terminado. Ya sabes porqué.

Él dejo de jugar con la página del libro y lo cerró. Levanto la cabeza y asintió, aunque estaba seguro de que ella ya no miraba.

Y así, como el silencio que los había consumido, ella se marchó.

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